Libretas empolvadas con mil historias empezadas y con miedo a recorrer; yacen hoy en mis manos los sueños que un día nos contábamos sin llegar a envejecer. Cómo el madurar nos hizo pequeños valientes y cobardes del azar. Tú, en la distancia, a veces infinita, lamentas los reflejos de tu ego que hablaron sin razón dejando en mil pedazos este ingenuo corazón.