Tempus fugit

Recuerdo cuando tuve que estudiar en mis años de instituto los tópicos literarios tempus fugit, carpe diem, locus amoenus, collige virgo rosas… en las asignaturas de Lengua y Literatura Universal. Una lista que me aprendía de memoria con la intención de aprobar un examen y sin ni siquiera prestarle demasiada atención al significado de cada expresión más allá de una pregunta de examen. Simplemente eran objeto de estudio de la época que memorizabas y soltabas de carrerilla en el examen y probablemente olvidabas con el tiempo… Porque desgraciadamente así ha funcionado nuestro “ideal” sistema educativo, donde prima más seguir subiendo escalones que el aprendizaje de cada movimiento y que según el funcionamiento de tu memoria calarían más hondo o no en ti esos fundamentos teóricos.

No obstante, con el tiempo te vas dando cuenta de que algunos de esos tópicos no eran meras expresiones que vomitar en un examen, sino que tienen un trasfondo real que se puede comparar con nuestro día a día; llegando a ser muy útiles de manera filosófica y reflexiva.

¿Por qué «tempus fugit»?

Digamos que nos encontramos en una etapa de cambios. En una etapa de introspección. De conocimiento de uno mismo y análisis de lo que se quiere y de lo que no se quiere en la vida. Porque a veces es más complicado definir lo que no queremos que lo que sí queremos.

Siempre dicen que para querer a otra persona en términos de pareja hay que aprender a quererse a uno mismo, la famosa autoestima. Pues bien, esta vez la cosa va más allá del amor propio, es una conexión con la razón que pocas veces queremos escuchar. El dilema de nuestra rutina. El qué hacemos con nuestras vidas cuando el reloj de arena se va quedando sin granos.

He aprendido que la mejor opción que se puede elegir es la de aprovechar esos granos para atascar el reloj y parar el tiempo. Crear un castillo de arena con los restantes y olvidarse del tic-tac por un momento. En este tiempo me he dado cuenta que el tiempo, valga la redundancia, se me ha escapado cada vez que me comparaba con los demás. Estaba más pendiente en ver lo que conseguían otros que en valorar lo que yo misma había conseguido sin ayuda de nadie y que al fin y al cabo desmerecía porque no era lo que todos acababan haciendo y era lo estipulado.

La vida me ha enseñado que eso es lo que fomentaba el tempus fugit, el pensar que las respuestas a mis preguntas me las daría el vecino cuando el principio y el fin quedan definidos si yo lo digo. Solamente yo puedo decidir sobre mi destino y el aprender a conocer mis límites y mis ambiciones me ha ayudado a entender que el tiempo es único e individual. A pesar de compartir o lamentar franjas horarias, existe un tiempo que los relojes no pueden manejar, el de nuestro corazón.

Ahora es el momento de poner las agujas al compás de los latidos y que la razón tome partido porque nosotros mismos somos el equipo que lo dará todo hasta en el tiempo de descuento. Quien celebrará las victorias, pero quien también tendrá la cabeza alta en las derrotas.

Ahora es nuestro momento.

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