Eran dos almas gemelas dispuestas a encontrarse, cada una había recorrido una vida totalmente opuesta a la otra, era impensable que pudieran congeniar tan bien habiendo experimentado situaciones tan diversas. Emprendieron un viaje a lo desconocido con ganas de encontrar el giro de sus vidas y a mitad de camino acabaron coincidiendo. Nadie supo cómo, ni porqué, pero enseguida se convirtieron inseparables. Todo lo que para los demás eran incompatibilidades, para ellas se abría un punto en común.
¿Cuál fue el secreto?
He aquí lo que las unió: un corazón roto.
Como bien dijo Emily Dickinson una vez, nadie se acerca a un corazón roto sin el alto privilegio de haber sufrido lo mismo.