Cactus y Globo (III)

Un día, cansado de esperar al día del hallazgo final, Eric cogió a Globo y le pidió permiso a su madre para explorar la zona con la condición de no alejarse demasiado. Se vistió como un pequeño explorador e incluso ató una pequeña brújula a la cuerda de Globo para que él también se sintiera parte del equipo. Rosa, la madre de Eric, al verlos de esa guisa no pudo contener la risa y decidió hacerles una foto para inmortalizar aquel momento antes de dejarles marchar.

Eric se sabía de memoria el camino hasta donde trabajaba su padre, así que se pasó con Globo a saludarle y a enseñarle el mapa que habia dibujado con la ruta que iban a tomar ese día. Jorge presumió de hijo delante de todo su equipo y le dio un pequeño hallazgo a su hijo a modo de amuleto para que le diera suerte en su pequeña aventura.

Comenzaron el pequeño viaje por las dunas del desierto, a su paso se encontraron con algunos beduinos que hacían de anfitriones para algunos turistas. Globo estaba emocionadísimo siguiendo las indicaciones de Eric, al llevar la brújula se sentía el guía de la expedición puesto que Eric la consultaba de vez en cuando para contrastar sus movimientos con el mapa.

Sin embargo, la brújula que hacía un poco de contrapeso se soltó y Globo empezó a ascender con el viento y a alejarse de Eric. Éste comenzó a gritar y a correr tras él para intentar alcanzarlo, pero cada vez volaba más y más rápido… hasta que desapareció ante sus ojos. Comenzó a llorar, su mejor amigo se había perdido y ahora él lo estaba también sin él.

Globo seguía gritando el nombre de Eric sin obtener resultados… y empezó a descender hasta que acabó enganchado en un sitio puntiagudo. Jamás había estado en un sitio así… aturdido, abrió los ojos y se encontró con un ser verde que le miraba asustado… ¡Era Cactus!

Cactus le preguntó si estaba bien, que quién era y qué hacía allí y Globo le empezó a contar todo lo ocurrido hasta que reparó en el maravilloso paraíso que se escondía detrás de él. Cactus se movió un poco para obstaculizarle la visión y le dijo que él era el guardían de esa puerta y que no podía dejar pasar a nadie a menos que hubiera un gran motivo de peso, que sentía mucho que se hubiese perdido, pero que tenía que marcharse de allí de inmediato. Globo aún perturbado por lo ocurrido le dijo que ya que le había contado su historia, él debía contarle la suya y no solo el titular de que era el guardian, entonces Cactus le dijo que tenía que consultarlo con su tribu así que debería volver otro día para saber si podía conocer la historia y que para ello podía traer a su amigo Eric como testigo.

Ante tal propuesta, Globo no tuvo más remedio que aceptarla. Pero tenía miedo de que no pudiera volver porque en primer lugar aún no sabía dónde estaba él ni mucho menos dónde se encontraba Eric; no obstante, Cactus le dijo que no se preocupara, que tenía un superpoder en sus espinas y que llegaría hacia donde estaba su amigo sin ningún problema.

Globo temía que con el esfuerzo de Cactus, alguna que otra espina terminase saltando también y acabase pinchando su lado rojo, pero no fue así. Cactus convenció a Globo para que se enganchara con fuerza a una de sus espinas, que él se iba a concentrar para lanzarle hasta Eric. Cumplió lo prometido de un impulso, Globo recorrió todo el camino que hizo volando perdido hasta divisar a Eric que aún seguía en la arena del desierto buscándole.

Se fusionaron en un abrazo, casi a punto de estallar a Globo de la emoción, Eric se secó las lágrimas y le preguntó a Globo dónde había estado y cómo había conseguido volver, entonces su amigo le contó que había visto un sitio maravilloso e incluso había hecho un amigo, Cactus, le había prometido volver al día siguiente, pero Eric aún con el miedo en el cuerpo decidió que esperaran unos días para retomar la aventura. Volvieron juntos a casa con la promesa de no decir nada de lo acontecido, esperando con ansias que llegara el día de la visita a Cactus.

Cactus y Globo (II)

Martes 5 de agosto de 1980

El padre de Eric, Jorge, un arqueólogo muy reputado, volvía a casa con muy buenas noticias: habían seleccionado a su equipo de trabajo para formar parte de la expedición en busca de los tesoros de los grandes faraones de Egipto. Como amaba tanto a su familia y sabía que le iba a costar estar tanto tiempo separado de ellos, decidió regalarles unas vacaciones para que lo acompañasen mientras él trabajaba allí. Eric saltaba de alegría por toda la casa, cogió a Globo y salió a la calle a contárselo a sus amigos con toda la ilusión.

A la mañana siguiente, Eric y su madre comenzaron con los preparativos del viaje: organizando ropa, provisiones, mapas, botiquín, lista de cosas qué hacer, etc. Globo tenía un poco de miedo porque nunca había hecho un viaje tan largo desde que salió de su bolsa y no sabía si su cuerpo iba a poder soportarlo… Coche, tren, barco, coche… fue difícil y no muy cómodo, pero Globo pudo superarlo y sobrevivir a aquel periplo.

El padre de Eric ya estaba reunido con su expedición mientras que Globo, Eric y su madre permanecían en un lujoso hotel a orillas del Nilo. Jorge le prometió a Eric que podría ir a visitarlo y ser su pequeño ayudante el día que estuvieran a punto de culminar el hallazgo semanal ya que el principio era un poco aburrido y tedioso para el joven explorador. Globo estaba sufriendo un poco por las temperaturas, pero todo su malestar desaparecía cuando veía a Eric tan feliz con su familia y su sueño de ser explorador como su padre.

[…]


Nota de la autora: Tenía este párrafo en borradores aguardando a ser continuado y puesto que veo que algunas personas releen Cactus y Globo (I) en esta época de confinamiento por el COVID19, he decidido haceros un pequeño regalo, prometo continuarlo poco a poco cuando todo vuelva «a la normalidad» tan anormal que nos acompañaba. Gracias por leer. 


Cactus y Globo (I)

Había una vez un cactus verde y hermoso que vivía en mitad de un desierto perdido. Perdido, pero no para aquellos que conocían la leyenda de la selva tropical que se ocultaba tras los espejismos que llamaban la atención de curiosos y malhechores. Cactus era el guardián de aquella joya del planeta, el pulmón secreto de la Tierra que estaría dispuesto a salvar a todas las especies si impedía que la humana llegase a él y lo destruyese con su avaricia y gen conquistador innato. Como todo guardián, Cactus estaba provisto de un arma infalible, capaz de acabar con todo aquel que quisiera llegar a la llave que abriría las puertas de aquel paraíso natural; sus púas de acero custodiaban todo aquello y nadie era capaz de descubrir cómo llegar hasta su interior sin salir lastimado por sus púas.

Cactus estaba orgulloso de poder cumplir con el trabajo de generaciones y generaciones de guardianes, pero poco a poco la soledad del ganador se fue apoderando de él… Oía cómo animales y vegetales disfrutaban en armonía a sus espaldas mientras él mantenía la mirada fija en el horizonte, capaz de adivinar cuántos granos componían el desierto que lo rodeaba. Los años pasaban y poco a poco fue perdiendo su interés en su misión y cada vez más se maldecía a sí mismo cuando alguien se hacía daño con sus púas con tan sólo rozarlo. Era hermoso, pero peligroso, y él lo sabía, cosa que le fue entristeciendo y apagando por dentro.


Érase una vez un globo a un niño atado. Un globo rojo y redondo con una cita que lo sujetaba y alargaba su figura conforme se prolongaba en el cielo. Globo era sensible y juguetón, desde pequeño soñaba con salir de la bolsa en la que vivía con sus hermanos para crecer y hacer que los niños del mundo sonrieran con sólo verlo. Un día, en una feria medieval, Globo permanecía expectante junto a sus compañeros de trabajo esperando llegar al corazón de un niño que supiera valorarlo con toda su imaginación. Tenía el presentimiento de que aquel día podría echar a volar en otras manos y… así fue.

Eric, un niño de 5 años, vio a Globo desde lejos cuando salía de ver un espectáculo de malabares y no dudó ni un segundo en salir corriendo hacia el puesto de globos donde Globo le esperaba con los brazos abiertos. Fue algo increíble, saltaron chispas cuando la cinta de Globo se posó sobre la muñeca de Eric, química absoluta. El pequeño presumía de su nuevo amigo hinchable, le pintó los ojos y una sonrisa para que los adultos pudieran reconocer lo que él veía a través de sus ojos de niño.

Globo no podía ser más feliz, había encontrado a su compañero de juegos ideal y lo quería muchísimo. Miles de aventuras se avecinaban para Eric y Globo que iban juntos a todas partes desde el día que se conocieron. Y el tiempo pasó, recuerdos se crearon, fotografías imborrables en la memoria y una amistad casi única que duraría lo suficiente para ser eterna.