Me dejé

Dejé de jugar a fútbol porque la gente lo veía como un deporte de chicos y mis amigas no le encontraban interés salvo una de ellas con la que a veces pasaba el balón, pero esa rutina se fue perdiendo y cambiando por otros deportes «más femeninos» o más atractivos para el resto como el voleibol o las palas en la playa. 

Dejé de hacer gracietas 24/7 en modo vacile porque alguien se hartó y le cogí con el cable cruzado cuando me soltó: «ya está, illa (…) tú siempre igual».

Dejé de juntarme con personas por otras personas.

Dejé de compartir lo que me gustaba porque a otra gente le saturaba.

Dejé de disfrutar cuando salía porque la responsabilidad caía encima mía y ponía el freno de mano.

Dejé de pensar que podía volar cuando me di cuenta de que mis alas estaban en un palacio de cristal.

Dejé partir al amor para no crear lazos emocionales con nadie y acabé atándome al recuerdo. 

[…]

Ahora que estoy aquí mirando al techo entre estas cuatro paredes maltrechas, me doy cuenta de que no dejé esas cosas, me dejé a mí misma al evitar continuar con lo que me hacía feliz anteponiendo el bienestar de otros a mi propia felicidad.

¡¿Y qué hago?!

Si el tiempo es una de las cosas que ya no vuelve jamás… ¿Cómo recupero todos esos momentos? ¿Cómo enmendar los errores y hallar la paz interior?

Tal vez ya sea hora de conectar los auriculares a mi corazón y escucharme a mí misma, hacer caso omiso a lo que en el pasado le restó credibilidad a mi raciocinio y empezar a poner mi verdad sobre la mesa. Construyendo desde abajo, pero firme. Y aunque intenten tambalear las piezas, moverlas de lugar, haré todo lo posible para que esta nueva torre no puedan destrozar.

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Mamá

Tal vez el domingo de hoy esté plagado de flores y collares de macarrones en muchos hogares españoles. Desayunos orquestados por los más pequeños de la casa y dibujos o cartas escrita a mano como guinda de la jornada.

Hoy es el día de las protagonistas de nuestras vidas, hoy es el día de las que crearon un vínculo con nosotros antes de conocer lo que hoy llamamos vida real. Las mujeres que nos dieron la vida y que siempre estuvieron y estarán ahí sin condiciones y sin medida. Gracias por tanto, queridas madres.

No soy una persona que se deja guiar por el calendario, pero la verdad es que el día de hoy merece un post en su honor. Porque una de las razones por las que escribo tiene su origen en un día de la madre. Recuerdo que una vez llegué a casa del colegio con una poesía escrita en un trozo de papel rectangular y un pequeño dibujo, decía así:

Mi mamá es tan guapita, como una rosita, recién cortadita y regadita.

No era nada del otro mundo, pero fue especial y significativo por la fecha. Cuando vi que ese pequeño trozo de papel acabó en primera plana en la puerta del frigorífico a modo de trofeo, me hizo una ilusión tremenda, ya veis, con qué facilidad conseguían hacernos felices unos pequeños detalles en nuestra infancia.

Años más tarde y creo que ya tenía empezado mi antiguo blog de la adolescencia, le escribí un soneto que acabó enmarcado. Tal vez parezca una tontería, pero pensad que perfectamente lo podría haber guardado en una carpeta para desempolvarlo con el tiempo junto con otros recuerdos, pero no. Lo quería mostrar al mundo.

Y fue entonces cuando me di cuenta de que escribir iba a ser más que un hobby terapéutico para mí, que iba en serio y que tal vez el resto del mundo también querría compartirlo, de ahí que aquel blog empezase a llegar a más gente.

Así que gracias, mamá, por impulsarme de manera indirecta a seguir con mi sueño de ser escritora, gracias entre muchas otra cosas, pero sobre todo, gracias por ser mi madre. Te quiero.